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El milagro de la reencarnación

Así como todas las cosas desde un punto de vista material que Dios ha creado se mueven y se relacionan unas con otras y van evolucionando, también los seres humanos estamos involucramos unos con otros en este milagro de la Creación, el milagro de la reencarnación.

¿No es cierto hermanos, que la semilla después de haber crecido del árbol se autoregenera y se fertiliza a si misma?

¿No es cierto también que Dios ha previsto de igual manera a las plantas que se necesiten unas a otras, así como de los simples insectos para a través del viaje de sus pólenes reproducirse?

¿Y qué de la flor de nuevo emergen las semillas y una vez más en la tierra, esa planta vuelve a dar su fruto?

Es el ciclo de la vida. Una vez inmersos en este espectáculo de la vida somos protagonistas y partícipes de las vidas de unos con otros al mismo tiempo en el milagro de la reencarnación.

El principio que fundamenta la reencarnación

De la misma forma que Dios ha creado esa necesidad de interrelación entre la naturaleza y las cosas materiales, Dios al darnos la vida nos ha dado unos órganos reproductores para que seamos partícipes de regenerar nuestro propio ciclo de vida, dando lugar a los hijos y paso a las reencarnaciones.

Y este milagro de vida no es obra de nadie ni de ningún desarrollo celular autónomo, sólo es obra de la Creación de Dios.

Las cosas de Dios son sencillas y debemos entenderlas con la mente abierta y libre de prejuicios.

Las cosas no están donde están por sí mismas si no porque así lo ha puesto Dios, así las ha puesto y así ha dispuesto su función.

Por insignificante que sea una cosa en la Tierra o en cualquier otro mundo o en el universo ha sido puesto por Dios.  Y si así se comportan es debido a que así ha sido impuesto por Dios.

No busquéis cosas que evolucionen por sí solas, sin la creación o el permiso de Dios, porque no encontraréis nada, nada en absoluto.

Toda la belleza de la naturaleza es obra de Dios, hasta incluso aquello que nosotros nos vanagloriamos de crear con nuestras propias manos, un descubrimiento, una obra, también ha sido por obra y gracia de la inteligencia que Dios nos da.

No os creáis dioses porque si así lo hacéis rompéis la harmonía de Dios en vosotros mismos, y con eso, no solamente hacéis daño a aquellos que os rodean, sino que también a quién hacéis más daño es a vosotros mismos, porque os hundís en vuestra propia discordia enfrentándoos a vuestro propio origen y naturaleza espiritual, contra la Creación, contra el mismo Espiritismo que formamos todos.

Dios para nosotros es la vida, pero la vida tanto espiritual como material.

Y no debemos de dirigirnos a Dios como si fuésemos esclavos. Tampoco Dios lo pretende.

Dios desea que, a través de la obediencia, comprendamos a respetarnos a nosotros mismos, a relacionarnos más con nuestros hermanos bajo la creciente capacidad que nace cada día en nosotros.

Así, cuando Dios realiza el milagro de la reencarnación y nos une mediante el cordón de fluido a ese nuevo cuerpo, nos reta a una nueva vida llena de pruebas y nos pide que nos sepamos comportar como dignos hijos suyos que somos como principio de ideología y de sentimiento.

Por ese motivo, con nuestros hermanos, debemos de comportarnos con dignidad, porque debemos ver en nuestros hermanos la ilusión de la vida, tenemos que ver en nuestros hermanos la verdad de Dios, el concilio de la recuperación de todas las almas.

Las pruebas de la reencarnación

En las primeras reencarnaciones hasta alcanzar el nivel de espíritu de luz o elevado, estarán relacionadas con cosas que no se han comprendido en los coros de aprendizaje espiritual.

Por ese motivo, en esta primera etapa, que tiene lugar en los primeros mundos, se suceden muchas reencarnaciones. Porque se necesita mucho esfuerzo para adquirir los primeros valores, las primeras relaciones y la fe.

Sí, la fe. Siendo espíritus en el mundo espiritual todos somos conscientes de lo que somos y que Dios es nuestro padre y creador.

Pero una vez reencarnados, todo nuestro conocimiento espiritual no se recuerda, para asegurar una exigencia limpia y para que realmente la reencarnación sea una prueba.

En la materia lo realmente complicado es hacer que el sentimiento que todos albergamos como espíritus, aquello que hemos estudiado y reestudiado prevalezca y se eleve por encima de lo que ven nuestros ojos, de lo nos enseñen nuestros maestros, de lo que siento como materia, incluso de lo que podamos pensar y teorizar como científicos.

Una vez adquirimos la fe y creemos en Dios estando reencarnados es cuando alcanzamos una capacidad espiritual mínima, de luz, con la que podemos afrontar reencarnaciones en mundos más evolucionados como la Tierra con más complejidad en cuanto a valía y relación.

A partir de aquí las pruebas responden a muchas necesidades. Evidentemente, sigue habiendo cosas a superar que no se han aprendido adecuadamente en los coros, pero hay otras que surgen de nuestra propia necesidad de ayudar al resto de hermanos, en especial de aquellos que hemos forjado una relación después de coincidir en varias reencarnaciones juntos.

Ese sentimiento de hermandad y confraternización de las almas, harmoniza el ciclo de las reencarnaciones.

Y en este nivel, el mismo espíritu participa de las pruebas que quiere afrontar.

Bien es cierto, suele haber cierto nivel de optimismo. Cuando se está en el plano del espíritu, las cosas se ven más fáciles, pues queda lejos el sentimiento del cuerpo. Es por ese motivo, que a pesar de que el espíritu participa y motiva las dificultades de su propia reencarnación, siempre es aconsejado y guiado por los hermanos superiores y puros.

Y evidentemente, es Dios en última instancia quien autoriza y dispone.

La realidad de las reencarnaciones

Comprendiendo que nuestra reencarnación es una prueba, una lista de dificultades que debemos afrontar, podemos caer en la tentación de pensar que, si lo hacemos bien, la próxima reencarnación será mejor. Y que, al contrario, si lo hacemos mal, será una calamidad.

No hermanos, el ciclo de las reencarnaciones no está pensado para hacer de premio o castigo a nuestros éxitos y fracasos.

No podemos olvidar que las reencarnaciones forman parte de nuestra enseñanza. Una vez lo hayamos superado y no necesitemos más aprender en este escenario, no será necesaria la reencarnación. Ni los mundos ni el universo.

Si obramos bien en nuestra reencarnación y obtenemos el éxito, evolucionaremos y estaremos más cerca de Dios. Nos quedará menos para obtener la vida eterna y aprender de Dios mismo directamente. Poder vivir en las cercanías de Dios y descubrir todo lo que Dios pueda de nuevo ofrecernos.

Si obramos mal, nos quedamos atrás, fracasamos y nos sentimos abatidos. Nuestros hermanos, que hemos compartido milenios juntos y cientos de reencarnaciones juntos, seguirán adelante y nosotros nos quedamos atrás.

Nos podemos seguir viendo, pero ya no podemos compartir nuestros retos juntos. Esto es desolador, este es nuestro castigo. Ver como de lejos seguimos estando de Dios y de nuestros hermanos que evolucionan.

Las reencarnaciones son una herramienta de aprendizaje, no es premio ni castigo.

El mejor premio es no volver a reencarnarte para lo mismo, y más elevado aún sería no volver a reencarnarte. El premio es ir superando las reencarnaciones para alcanzar la vida eterna que nos permita vivir eternamente con Dios y nuestros hermanos en el mundo espiritual, en nuestro hogar.

El peor castigo es tener que volver a reencarnarte por el mismo motivo y no teniendo al lado a tus más queridos hermanos.

Dios no permitirá que tengamos reencarnaciones tipo penitencia para castigarnos. Dios no va a permitir que nos castiguemos autoinfligiéndonos una reencarnación como castigo.

Nos castigamos nosotros mismos no comprendiendo la realidad de las cosas de Dios.

Las calumnias que vivimos en vida no son pruebas de Dios, no son castigos de Dios, es fruto de nuestro propio destino del cual nosotros no somos ajenos por no comprender las cosas de Dios.

Culpar a Dios de nuestro resultado es muestra de nuestra incomprensión, falta de fe y capacidad.

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