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El sentido de nuestra vida

¿Qué sentido tendría esta vida si sólo almacenáramos en nuestro conocimiento la vida que llevamos, en el mejor de los casos, los 50 o 100 años que se suele vivir?

Después de todo lo aprendido, de todo lo sufrido, de todo el sacrificio, de acumular tanta experiencia, ¿simplemente se acaba? ¿De qué serviría entonces vivir? ¿Basta con formar parte como un ser vivo más del espectáculo de la breve vida material? ¿Para qué entonces tanta inteligencia?

Nuestra capacidad espiritual es ilimitada

Todo ese conocimiento que vamos almacenando en las sucesivas vidas que vivimos y que vamos complementando con la enseñanza espiritual en los coros, se va sumando a la capacidad del espíritu. Es aquí cuando la vida cobra un sentido para nosotros.

Y con la suma de todos estos conocimientos, se va ganando elevación de espíritu. Y con la suma de todas las cualidades se llega a la escala de la perfección, la pureza.

La materia se deteriora y nadie, absolutamente nadie, debe sufrir por ella. Porque el espíritu sale ganando de todo lo que ha aprendido. Ha aprendido tantas cosas que se siente jubiloso y feliz, pues se ve libre y puede valorar los resultados de las pruebas de la vida.

Tras la muerte, llega la resurrección

Tras la muerte, el espíritu debe cualificar y valorar lo aprendido en su reencarnación. Si está cualificado y dispone de suficiente elevación, lo hará él sólo, sino tendrá ayuda de los hermanos espirituales.

Así como si fuera en una película, fotograma a fotograma, detalle a detalle, valora sus sentimientos, sus acciones, y también la relación con los demás, y conseguirá purificar un conocimiento que pueda sumar a su capacidad espiritual, el espíritu gran.

Este es el proceso de la resurrección, del que hablaba nuestro hermano mayor, Jesús. La resurrección no es la recuperación el cuerpo en la otra vida como sostienen o insinúan algunas religiones. La resurrección es la recuperación de nuestra capacidad espiritual plena, añadiendo lo aprendido de la vida material. Es recuperar nuestro yo verdadero.

Este proceso de resurrección puede durar días, en términos materiales, como fue en el caso de Jesús, dada su gran elevación. O puede durar meses o años. Todo depende de la capacidad espiritual de ese espíritu.

Si durante ese tiempo, esa reencarnación, no le ha sido útil para superar esas pruebas, el espíritu se siente avergonzado y triste. Entonces se dirige a los hermanos superiores, para que intercedan por él al Padre, Dios, y le conceda otra oportunidad. Y Dios en el momento que puede, lo lanza otra vez a una nueva reencarnación. Mientras, los hermanos preparados para ese fin, lo instruyen en el seno del coro y le dan capacidad para que pueda soportar la prueba de la nueva reencarnación.

Nuestra verdadera identidad es el espíritu gran

Pasamos por la vida esperanzados en alcanzar la felicidad, pero debemos de pensar que la Gloria no se obtiene aquí en el mundo material. Somos espíritus y nos reencarnamos para aprender. Y reencarnación tras reencarnación nos desarrollamos para alcanzar la perfección del espíritu que nos permita estar preparados para estar directamente con Dios toda la eternidad. Esa es nuestra Gloria, ese nuestro objetivo, esa es la finalidad de todos los mundos materiales que existen.

Y tenemos que reencarnarnos como hombre y como mujer. El espíritu no tiene sexo. No lo necesita para sentir y gozar el amor, pues las capacidades espirituales innatas en nosotros como espíritus exceden cualquier imaginación de nuestro entendimiento material.

Y tenemos que reencarnarnos como ser discapacitado o enfermo, como rico y pobre. Porque de todo debemos aprender. E incluso tendremos que repetir alguna de ellas, porque hay de aquel que piense es diferente. Todos somos iguales ante Dios sin excepción.

Y conforme vamos acumulando conocimiento, capacidad y elevación en las diferentes vidas, vamos sumando a nuestra verdadera identidad, el espíritu gran. Ese es nuestro yo verdadero.

Alcanzar la pureza es nuestra meta

Es difícil alcanzar la pureza. Es difícil anular toda tentación de codicia. Es difícil transparentar la calidad del espíritu en la materia e imperar el pensamiento espiritual en la limitación de la materia. Pero Dios procura que entre todos nos ayudemos. Dios nos da toda experiencia material para superarnos y siempre mantiene viva la esperanza.

Debemos cogernos a esa llama incandescente y eterna de Dios, acogernos a sus Palabras con firmeza y decisión y no soltarnos nunca. No tengamos miedo de Dios, Él no castiga. Nos castigamos nosotros mismos al ir en contra de nuestra esencia, de nuestro principio, de nuestro propio interés. Nuestra ignorancia y falta de perspectiva en interpretar la vida, provoca esas ideas que exoneran a Dios de nuestras proezas y lo implican en nuestras desgracias.

Pero nunca es tarde para empezar a creer. Nunca es tarde para iniciar el camino de Dios. Y espero esta obra que tiene su cara pública en este blog, pueda ser una ayuda para todos aquellos que quieran conocer el camino a Dios y acogerse a Él.

Dios no suele intervenir en nuestras vidas materiales. Nos da el libre albedrío como capacidad innata espiritual, y mantiene nuestro albedrío como seres materializados. Y nos da una oportunidad tras otra. Aprovechémosla y demos sentido a nuestra vida.

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