Los animales fueron creados por Dios en el momento de poblar los mundos como una ayuda más a nosotros mismos en nuestra vida material. Para que viéramos reflejados en ellos el gran milagro de la Creación. Y, comparándose los humanos con los animales, pudiéramos comprobar que nuestra inteligencia y nuestra valía era superior. Para que, con su apoyo, pudieran prestarnos ayuda con nuestros quehaceres. Y por supuesto, se relacionarán con nosotros y nosotros con ellos para hacernos compañía.
Nadie puede pasar desapercibido el hecho que los animales domésticos, se han convertido en grandes compañeros de vida. Otros aún siguen trabajando con nosotros en el campo e incluso procurando nuestro alimento. Pero los hay aún en nuestro mundo salvajes, incluso muy peligrosos.
¿Por qué existen animales peligrosos?
En los primeros mundos nos vamos a encontrar animales primitivos, es decir, salvajes. A medida que ascendemos de mundos y por lo tanto, de grado evolutivo a nivel de capacidad de inteligencia humana, estos animales serán más domésticos, no tan agresivos, más cariñosos, más empáticos con los humanos, adaptándose a una convivencia noble con nosotros.
Los humanos no siempre han respetado la Creación. No siempre han respetado los elementos de la Creación, como son los animales. Dios para motivar el respeto a la Creación y promover una relación de compañerismo con los animales, ha tenido que convertirlos en una amenaza. Ha tenido que dotarlos de un instinto protector y a la vez, agresivos, para que los humanos tengamos verdadero miedo a perturbarlos, atacarlos o acechar su territorio. Conforme los humanos han reconocido su importancia en la Creación y han respetado su forma, los animales se han acercado a nosotros y hemos podido compartir con ellos verdaderos sentimientos de compañía y humanidad.
¿Tienen alma o espíritu los animales?
Los animales no tienen alma o espíritu. En el momento de la Creación Dios les dio un fluido de vida, pero sólo de vida material. Ese estímulo de vida hace que viva un determinado tiempo y cuando procrean Dios a cada uno de ellos les va dando un aporte de fluido. A modo de batería, Dios les otorga una vida; pero cuando esa carga se apaga, mueren y no vuelven a la vida. No poseen un alma o espíritu para vivir eternamente, por lo que tampoco se reencarnan.
Esa carga de fluido se asimila a una memoria conductual que se les engendra al nacer. Por ese motivo, los animales conocen a la perfección por su instinto cómo desarrollar su vida y la de su especie. Es como si todo lo tuvieran escrito, como si tuvieran una diminuta computadora que les predispone a determinadas acciones.
Los animales se presentan como una buena imagen para plagiar a la hora de mantener vivas a sus crías y proteger el entorno familiar. Nos han enseñado a ser más humanos. Y esa es la función que Dios ha dispuesto para ellos, para que aprendamos de ellos y nos ayuden. En todos los mundos creados existen animales. Cada uno adaptado a nuestra necesidad evolutiva.
Dependiendo de la especie pueden recibir más o menos fluido, y por este motivo algunos animales pueden expresar con más detalle conductas muy inteligentes. Primero porque de base Dios les ha otorgado una mayor carga de fluido y una más amplia memoria conductual. Pero también porque tienen la capacidad de recibir más aporte de fluido por parte de los espíritus que lo rodean, pudiendo determinar diferencias de comportamiento según la persona a la cual se dirijan.
Por lo que ahora ya sabemos qué hace que un animal pueda percibir a unas personas como enemigo o no. Es sin duda, a través de la acción de un espíritu que puede modificar ese instinto autorizado por Dios.
La paradoja de nuestro origen animal
Realmente si comparamos la estructura ósea animal de algunos mamíferos, como el mono, a la humana, tanto ahora como en las primeras civilizaciones, encontraremos similitudes. En especial cuanto más atrás en el tiempo nos referenciemos. Está claro, y nadie puede negarlo, existe una evolución constante no sólo en los humanos, en todos los elementos de la Creación, animales y plantas, todos los seres vivos. Nos adaptamos al mundo que cambia y nos adaptamos también a las nuevas funciones que van apareciendo en nuestra vida.
De hallar esas similitudes, a concluir que provenimos del mono o cualquier otro mamífero, va un trecho.
Nuestra marca diferencial no es la estructura craneal, o la morfología de nuestras extremidades. Lo que nos diferencia de todos los animales es nuestra alma. Es el espíritu que en realidad somos. Los animales sólo son cargas temporales de fluido.
Dios nos dice que el humano siempre fue humano y gozó de un alma, que anteriormente fue espíritu. Y que, aunque más rudo y fuerte, con más pelo o menos pelo, más guapo o menos, debido a las circunstancias de aquellos primeros humanos que poblaron la tierra, siempre el humano fue humano, y el mono fue mono. Pues la importancia no estriba en su arquitectura ósea, sino en la capacidad de fluido interno. Tenemos que ver la superioridad de aquel humano que engendra en su cuerpo, en su materia, a esa alma, a ese espíritu. Pero el mono, unas especies más listas por su mayor aporte fluido o por la ayuda de algunos espíritus hacia esos mismos animales aportándoles su propio fluido, solo acabaran mostrando una conducta memoria.
Por ejemplo, el perro tiene unas dotes excelentes de recibir ruido. Con lo cual un espíritu puede inducirlo a que haga determinadas acciones en relación de ayuda a los humanos y dejarnos sorprendidos. Podríamos pensar incluso, que ese animal ha demostrado una humanidad terrible y una capacidad digna de un conocimiento, que se ha comportado casi como un humano y que pudiera tener alma. Pero no, ningún animal puede reemplazar a un humano.
Por eso, el pensar que un animal, sea mono u otro animal, puede preceder o puede reemplazar al humano, es estar completamente en una ideología equivocada. Y no solamente están equivocados, sino que están desvirtuando a la verdad de Dios y también se están desvirtuando a ellos mismos, al sentirse al mismo tiempo como animales. Sintámonos humanos y gocemos de la compañía de los animales con respeto y humanidad, cada uno en el sitio que nos corresponde en la Creación.