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¿Por qué Dios permite esta pandemia?

Ahora en estos tiempos difíciles, inmersos en esta pandemia del virus covid,  nos podemos preguntar si es cosa Dios o cosa de la humanidad. Y en todo caso, ¿es necesario? ¿Por qué es necesario? ¿La solución es cosa de Dios o cosa de la humanidad? ¿Dónde está el límite entre la Medicina de la Humanidad y el aplomo de Dios?

La Medicina en busca del elixir de la eternidad

Hermanos, Dios que está en los cielos y en todos los rincones que pueden poblar el universo, nos transmite incansablemente en el sentimiento del alma o del espíritu a cada uno de nosotros, de nuestros hijos, de sus hijos, un estímulo nuevo cada día. Y hace nacer en nosotros una ilusión nueva de esperanza, de gloria y de salvación, para las almas que pueblan la existencia de todos los mundos y para los espíritus que pueblan el universo espiritual.

Desde las grandes contiendas de los primitivo, de lo incesantemente primitivo y lejano en la distancia, el sentimiento del hombre en la Tierra, ha convivido durante muchos siglos y ha vivido en la esperanza de la vida eterna en la materia. Ha luchado y lucha incesablemente, por conseguir como antaño, el elixir de la larga vida.

Todavía hoy se intenta conseguir alargar la vida a través de los medios que sea posible. Se inten­ta a través de complejos hormonales y de todo un sin fin de sofisticadas pruebas de laboratorio, alargar la vida celular dentro de los organismos vivos para así alcanzar la vida eterna en la materia.

Pero el hombre no se ha dado cuenta o no al menos todavía, que la vida de duración de la materia, del alma, sólo y exclusivamente en ello manda Dios. Y que sólo este Dios nuestro tiene voluntad propia para alargar o disminuir la vida en la materia.

Por muchas investigaciones que se hicieran, nunca, nunca se conseguirá alargar la vida material más allá de lo dispuesto. Porque no es deseo de Dios conseguir la vida eterna en la materia, sino en el espíritu.

Las epidemias son estímulos de fe

Hay tantas cosas importantes de investigación y que podríamos descubrir, si afanosamente pensáramos en la realidad de la vida. Adelantaríamos tanto si nos creyéramos que la Tierra y las encarnaciones en la Tierra, sólo son producto de una realidad dentro de nuestro aprendizaje y que todo este aprendizaje está constituido e ideado por Dios para que comprendamos y aprendamos, sacando una experiencia de todo ese contenido.

La realidad que vivimos ahora, esta pandemia, es otro estímulo que Dios nos hace llegar y que ha permitido que se desarrolle para nuestro aprendizaje. Esta situación que prueba a los científicos, a los políticos y a cada uno de nosotros, tambalea nuestra conocida comodidad y prueba nuestra fe, una vez más.

El buscar y compartir un tratamiento para esta epidemia, investigar el desarrollo de este nuevo patógeno en el cuerpo a través de fármacos y experimentos es bueno. Pues a través de nuestro esfuerzo se nos da capacidad y de ese desarrollo emerge un conocimiento, un aprendizaje.

Pero cuidado con intentar jugar a ser dioses, eso es peligroso para vosotros mismos.

La vida es cosa de Dios y vivirla de la humanidad

Aquel de vosotros que luche encarecida­mente en la investigación o solamente estribe en el deseo de la perpetuidad en la Tierra, sólo os digo que vuestra ignorancia os ciega. Os conformáis con vivir eternamente en la Tierra, y yo os digo que os conformáis con nada.

Porque si os conformáis sólo y exclusivamente en vivir en la Tierra eternos, esa imaginación sólo puede ser de vuestra mente degradada, de falta de juicio y de entendimiento de todas las cosas de Dios y no aceptar lo que Dios nos encomienda.

Y solamente con todo ese contenido, con todas esas investigaciones para alargar la vida, para ser inmortal, no solamente degradáis el sentimiento de todos los hermanos, sino que os degradáis vosotros mismos.

Dios nos hace partícipes de su creación y nos permite aprender de ella y con ella. Pero debemos respetar a Dios.

No podemos nosotros, los hijos de Dios, rectificar una forma de organización que Dios ya ha dispuesto. Si Dios Nuestro Padre dispone la vida en la Tierra de un número determinado de años, no podemos nosotros, ni vosotros, alargar la vida de ese tiempo ni un solo segundo, ni un solo minuto.

Y si atentamos a alargar esa vida mediante fármacos o máquinas, al hacerlo hermanos, sólo conseguís frenar al hermano que tiene que cambiar de plano, entorpecéis el camino que está destinado para él y vosotros perdéis también, pues no estáis haciendo lo correcto.

Hermanos, dejad que cada uno haga su trabajo. Cumplid vosotros vuestras reencarnaciones, esforzándoos cada uno en el plano que le ha tocado vivir, y dejad que Dios juzgue y haga cumplirse sus designios en el mundo de la Tierra y en los otros mundos.

No interfiramos en la labor de Dios, porque lo único que podemos hacer es perjudicar a los hermanos, y perjudicarnos a nosotros mismos.

¿Por qué Dios considera necesario vivir esta pandemia?

Sí, son tiempos difíciles. Los tratamientos conocidos no funcionan o al menos en el grado que esperamos, las medidas de prevención tientan a romper con el modo de vida que nos hemos acostumbrado. El miedo a enfermar condiciona nuestra actividad y el aumento de muertes nos hacen preguntarnos constantemente si estamos obrando bien y si podemos hacerlo mejor.

Sin embargo, también los hay que se apoderan de la situación para convertirse en invulnerables y someter a una población débil; y me refiero aquellos que tienen acceso y medios para conseguir esa Medicina antes y con ventaja respecto al resto. Y luego estan aquellos que quieren conseguir beneficio incluso en consecuencia.

Dios pone a nuestro alcance todas aquellas cosas, a veces por difícil y desorientadas que nos parezcan, para ver hasta dónde podemos llegar. Hasta donde puede inspirarnos nuestro sentimiento y nuestra capacidad, para nuestra comprensión.

¿En cuantas pruebas no tendrá que ponernos Dios para que un día comprendamos y vivamos todos como hermanos en la vida eterna que tiene dispuestos para todos nosotros? ¿Por cuánto no tendremos que pasar y por cuanto no hemos ya pasado, hasta que veamos al ser que tenemos delante como nuestro verdadero hermano? Que no miremos su raza, ni su color, que no miremos si es hombre o mujer, para ofrecerle y tenderle una mano.

¿Cuánto tiempo no tendremos que pasar a través de las diferentes reencarnaciones de los diferentes mundos, para llegar a comprender que lo más importante es el mundo del espíritu? Y que la vivencia en la materia, la vida en la materia, sólo es un estado pasajero, en el cual nos ha servido y nos sirve para confraternizar el sentimiento de humanización hacia los demás, hacia nosotros mismos, hacia nuestro prójimo.

Que nos enseñemos a convivir con el dolor como hermanos, que aprendamos de la paciencia, que aprendamos y no nos hagamos daño unos a otros, que seamos justos con todo aquel que nos rodea, con nuestros padres, con nuestros hijos, con nuestros amigos, con nuestros vecinos. Porque todos son nuestros hermanos, venimos todos de la creación de un mismo Padre.

Todos vamos en el mismo barco y pasamos por las mismas cosas para nuestro desarrollo. La vida es un ir y venir de la existencia de la vida espiritual a la material, para la perfección del conocimiento del espíritu y que marca los eslabones de la ciencia y con la ciencia prospera el espíritu. Y con el desarrollo de la capacidad de la materia, comprende y reacciona el espíritu.

Y así, continuará la existen­cia de la vida en la materia, hasta que todos, todos los hermanos podamos comprender la humanidad, la razón y la ilusión de poder vivir todos confraternizados y unidos como hermanos.

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