Debemos limpiar el alma, pues la reencarnación embota el alma. El peso de la materia nos confunde y nos vamos cargando de prejuicios, falsas creencias y asunciones negativas.
Toda esa negatividad que acumulamos se libera con la fe. La fe inequívoca en Dios nos conduce al arrepentimiento y a encontrarnos con nosotros mismos.
El arrepentimiento
No es posible avanzar y comprender el bien, sino aprendemos a reconocer el mal. Y cuando hablamos del mal, no sólo está fuera de nosotros en forma de malas situaciones o entornos. El mal puede estar dentro de nosotros en forma de vicios, pecados y malas intenciones.
Debemos entender que, sino limpiamos el alma, no podemos seguir aprendiendo. Sería imposible pintar de nuevo sobre un cuadro teñido de negro. Para que el cuadro quede blanco y pueda inundarse de luz, debe limpiarse.
Y limpiamos el alma arrepintiéndonos. Sin embargo, cuando hablamos de arrepentirnos significa sentirlo de verdad. Debemos sentirnos afligidos, avergonzados por haber actuado así.
Es en ese momento de contemplación interior, de arrepentimiento de alma, donde hallamos la chispa que enciende la llama de la fe. Porque son en esos de momentos acongojados, de sufrimiento y ansiedad, cuando nos sentimos lo suficientemente perdidos como para ampararnos al auxilio de Dios.
Nada sirve ir a la iglesia, confiar tus pecados al sacerdote y rezar tu penitencia, si no hay arrepentimiento. Porque si de verdad no has comprendido por qué está mal actuar, mañana o pasado volverás a hacerlo mal.
El arrepentimiento es el inicio del aprendizaje.
Es el proceso por el cual comprendes el mal que has hecho y tu alma grita a Dios implorando que limpie tus pecados y te libere de esa negatividad.
Cuando el alma se limpia podemos empezar a aprender las cosas de Dios.
¿Es necesaria la confesión de los pecados?
¿Desde cuando es necesario un intermediario entre un padre y un hijo?
Basta con elevar el pensamiento. No importa el lugar, el momento. Dios está por todos lados y en todos nosotros. Pues somos parte de Él y a Él nos debemos.
Es cierto que a veces necesitamos consejo, un guía que nos oriente a entender el por qué debemos arrepentirnos, a ver ese mal que no somos capaces de ver.
Y es en esos momentos cuando puede ser útil un sacerdote, un médium o cualquier otro guía espiritual. Pero no olvidemos quien somos, pues Dios se debe a todos nosotros sin excepción. Si lo buscamos, lo encontraremos.
¿Quién puede limpiar tus pecados?
Dios es el único que puede limpiar nuestra alma. Cuando elevamos el pensamiento con fe y nos arrepentimos, Dios nos bendice con fluido de conocimiento. Y lo que antes estaba confuso y nos afligía, ahora lo comprendemos y entendemos por qué estaba mal.
Así es como avanzamos, como comprendemos y evolucionamos. Dios no nos abandona, siempre aguarda a nuestra llamada. Pero fijaros bien, siempre nos ayuda cuando lo llamamos.
Ahora bien, tengamos en cuenta que a veces lo que pedimos no es favorable para nosotros. No debemos confundirnos. Dios nos ayuda siempre hacia el bien.
Penitencia
Hemos pecado. Nos hemos arrepentido. Dios nos ha bendecido con fluido con conocimiento. Y ahora por fin nos sentimos descansados, satisfechos, rebosantes de paz interior.
¿Es siempre así? Debería ser así. Si realmente tenemos fe y comprendemos, entonces no queda sitio para la penitencia. Porque si de verdad has comprendido, entenderás que no sirve de nada vivir en el pasado y el pagar por tus pecados no va a restituir el mal que has hecho.
¿Qué mejor penitencia que vivir haciendo el bien? Si de verdad has comprendido, bastará con no volver a pecar. Esa es la mejor penitencia para los demás y para ti mismo.
Dios no quiere vernos ensangrentados y envueltos en continuo sufrimiento por haber pecado. Dios te ha perdonado, ha limpiado tu alma. ¿Qué más pues necesitas?
Perdonarse a sí mismo es tan importante como arrepentirse. Somos humanos y es fácil caer en la tentación del egoísmo, la opresión de los débiles y el aprovechamiento de lo material.
Simplemente no vuelvas atrás, sigue hacia delante y no te desvíes del camino de luz que te ofrece este Dios nuestro.