A lo largo de los siglos las personas hemos realizado promesas por temor o represalia del pecado, de las consecuencias de haber obrado mal, contra Dios o contra los demás. Pormenorizando así, el valor de las promesas.
Muchas son sencillas, poner velas a un santo o resarcir un hecho. Sin embargo, otras son promesas de sangre, de sacrificio y sufrimiento. Caminatas de cadenas, latigazos de sangre, descalzos, incluso crucificados.
Es muy importante tener en cuenta que el pecado no se tapa con el derramamiento de sangre y que tampoco se pueden hacer hoy promesas y mañana continuar pecando.
Dios ve con buenos ojos las promesas de amor. Pues algunas llenan el alma, regocijan el espíritu, abanderan la fraternidad y la unión de la materia para que pueda ascender la cordura del espíritu.
La promesa se debe realizar elevando el pensamiento hacia lo infinito, hacia lo Alto, hacia Dios y arrepintiéndote de corazón. A partir de ese momento, esa promesa va a quedar sellada en tu alma. Y respecto a esa promesa, vas a trabajar por no volverá repetir esa ofensa.
La promesa no ha de servir para limpiar lo que hemos hecho mal y seguir pecando como si de un círculo vicioso se tratara. La promesa por sí misma debería bastar para no volver a pecar más. De nada sirven las promesas sino se cumplen, si no se comprenden, sino se graban en la capacidad del alma.
La promesa implica no volver a pecar más
Por tanto, os recomiendo que para hacer una promesa primero debéis tener en cuenta poder cumplirla, es decir, seamos conscientes de poder realizarla. Segundo, tenga por objetivo solicitar ayuda para no repetir el mismo pecado. Y tercero, que nunca sean de sangre.
Si queréis descalzaros para simbolizar respeto, elegid una zona que no hiera vuestra piel porque el derramamiento de sangre nos embrutece. Pensad que esto tiene que ver con la cura de nuestra alma, si mezclamos en esa promesa el sufrimiento en vano de nuestro cuerpo, embrutecemos la base misma de nuestra virtud.
Todo aquello que lleve implícito una corrupción de la virtuosidad del alma o un embrutecimiento del deseo del alma, debe desaparecer de la promesa. Así mismo, y por el mismo concepto, no debemos hacer promesas de dinero. ¿Cómo el dinero puede resarcir el daño del alma? ¿Alguna vez nos ha pedido Dios riqueza?
Es importante tener claro que la promesa cuando se realiza es para no volver hacer ese mal hacer. El repetir promesas una y otra vez sólo conducirá a la discordia de vuestra alma, hundidos en la desesperación, podríais llegar a la turbación.
Pues la promesa por sí misma no lleva al perdón del alma, es la meditación y consecución de la misma por conseguirla y trabajar en la consciencia para no volver a repetir esos actos. Dicho de otra forma, la promesa es un medio, un pacto de nuestra alma con Dios de testigo para llegar a un objetivo. De ninguna forma es un fin o solución en sí misma.
Simplemente, sed justos y honestos con vosotros mismos. No os lo toméis a juego, si decidís hacerlas, sed consecuentes y hacedlas con fe y sentimiento.