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Fecundación in vitro y vientres de alquiler

Dios permite que, a través de los avances de la ciencia, los humanos podamos procrear y engendrar vida a través de la fecundación in vitro.

Sin embargo, hay un elemento imprescindible, si bien hay estudios clínicos para recrearlo, y es el útero materno. Y por ese motivo existen hoy día los vientres de alquiler, madres que venden su útero materno para engendrar los hijos de otros.

Dios permite la fecundación in vitro

Dios ha otorgado a la mujer el don de la fecundación. Cualquier óvulo fecundado que llegue al útero dará lugar a un nuevo ser. Y Dios permite que así sea, mediante cualquier medio, sea artificial o no, para dar nuevas oportunidades de reencarnación a los hermanos.

Si Dios así lo permite, es porque ve necesario compartir con el hombre ese milagro de vida y hacerlo partícipe una vez más de los milagros de la creación. Para que así comprenda la grandiosidad de la creación y tenga motivaciones para elevar el pensamiento y seguir avanzando en la comprensión de las cosas de Dios.

Es también necesario dar oportunidad a aquellas mujeres que han nacido con dificultades o limitaciones para ser madres biológicas. El hecho de no poder tener descendencia ha sido objeto de represión y exclusión en todas las culturas. Es, por tanto, un perjuicio social y evidentemente, personal, ligado directamente a uno de los sentimientos e instintos que Dios ha grabado en nuestra alma desde nuestro orígenes. El sentimiento de madre en todas almas que se reencarnan como mujeres.

Ese instinto lo grabó Dios cuando creó a la mujer para motivar el cuidado y protección de los hijos. Fue necesario para inspirar la continuidad de transcendencia, pues al principio de los tiempos, los humanos estaban faltos de apego material y no tenían motivación alguna para cuidar a su descendencia. La mayoría de los hijos de los primeras reencarnaciones de la historia morían por falta de cuidados. Por lo que Dios inspiró a las mujeres el deseo de ser madres y al nacer los hijos imprimió en ellas el sentimiento materno de protección.

Por lo que ese sentimiento de deseo y protección maternal es innato en todas las mujeres. Sea la fecundación de forma biológica o artificial, la madre será madre y ese será su hijo.

Que el esperma sea o no del padre biológico, poco importa aquí. Estamos hablando de la relación madre e hijo, ese nexo que Dios ha creado entre ellos y sólo entre ellos.

No estamos diciendo tampoco, que la relación entre padre e hijo no sea importante. Lo es, pero en otra esfera, no en la fecundación.

El vientre de alquiler es un fracaso como madres

La ciencia ha avanzado mucho en este aspecto. Cada vez son más los hijos que nos llegan mediante técnicas de fecundación artificiales. Ya sean parciales o totales, se consigue que mujeres puedan tener hijos, hijos de la fe, hijos de la gloria.

Ese sentimiento de superación y orgullo en pro de la superación de esa infertilidad, es compensado por Dios y es bueno.

Sin embargo, de nuevo nos encontramos con la torpeza de la humanidad.

Acogemos ese descubrimiento, esa ciencia que Dios nos ha hecho partícipes y la utilizamos en pro de nuestro beneficio puramente materialista, económico. Y nos encontramos a madres que venden su útero a cambio de dinero.

Y si fuera esto poco, además lo intentan justificar alegando que están haciendo un favor a aquellas parejas que no pueden engendrar por ellas mismas. De nuevo, jugando a ser dioses.

La mujer que vende su útero está ensuciando ese don que Dios le ha dado a cambio de dinero. Está rompiendo esa imprimación que Dios le otorga con ese feto por dinero. Está renunciando a su hijo por dinero.

Desde el punto de vista del hijo no es ninguna tragedia. No deja de ser una oportunidad de enseñanza. Desde el día uno tendrá unos nuevos padres, padres que seguramente lo acogerán con alegría y entusiasmo, y seguro harán de buenos padres porque están predispuestos.

Pero esa madre ha puesto a disposición de la codicia su don más preciado. Y ha roto su compromiso con ese nuevo ser. Es como si fuera desechado el regalo de Dios y lo fuera vendido para conseguir un beneficio mundano.

Sin duda, no es ninguna proeza, es un agravio triste para ella misma.

Es preferible la adopción

Debemos comprender que la torpeza aquí es intentar arrebatar un beneficio materialista a través del don de fertilidad que le ha sido otorgado.

Si bien, también es una falta grave la falta de respeto a Dios y el romper con el compromiso que Dios ha ligado con ese nuevo ser, no olvidemos tenemos nuestro libre albedrío.

Y si la madre no se ve con capacidad y medios para atender ese nuevo ser, Dios no la va a obligar. Es preferible pues dé ese hijo en adopción, para que otros padres puedan darle una oportunidad a ese ser.

Es triste y desde luego un fracaso para esa madre. Pues Dios le ha dado esa oportunidad y ella la ha denegado. Y sin duda, esa madre tendrá que afrontar esa elección.

Pero al menos, ese hijo, ese nuevo ser puede realizar su reencarnación y puede también ser un elemento de superación el no tener o conocer a tus padres biológicos. Nada es despreciable en esta vida, todo puede ser fuente de conocimiento y superación.

Úteros artificiales

Es cierto hay muchos experimentos, incluso algunos ya se han hecho públicos, en los que los científicos han recreado úteros artificiales mediante cirugías y hormonas. De nuevo, jugando a ser dioses.

Es posible que nazcan hijos, mientras se recreen las mismas condiciones del útero materno biológico. ¿Pero eso convierte en madres a esos úteros artificiales? Evidentemente, no.

Lo mismo que sólo los leones están predestinados a rugir y los peces del mar a nadar, sólo las mujeres podemos ser madres y sentir ese sentimiento de procreación, pertenencia y cuidado de los hijos.

Y no nos equivoquemos, eso no significa que no podamos ser buenos padres, incluso mejores, no siendo los progenitores biológicos.

Pero ese sentimiento, ese nexo que Dios nos bendice al ser madres, es único e imperecedero. Esa unión que es un lazo de fluido que Dios nos otorga entre madre e hijo permanece toda la vida y más allá incluso cuando morimos, si así Dios nos lo permite.

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