Sumidos en esta reencarnación, puede resultar difícil alcanzar un equilibrio en esta vida que nos haga sentirnos satisfechos, plenos y convencidos que vamos por el buen camino.
Nuestra mente se embota de preocupaciones conforme van transcurriendo los años y cada vez cuesta más alcanzar el sueño.
La pareja, la familia, los amigos, los compañeros, el trabajo, el ocio y hasta las preocupaciones de los demás, habitan en nuestras mentes luchando por un protagonismo.
Sin embargo, como una orquesta, todo puede cohesionarse bien, si se dispone de una buena dirección, permitiendo que Dios armonice los elementos en equilibrio.
La orquesta del alma
Y es que son muchos los elementos que van sumándose a la reencarnación, enriqueciéndola y a la vez, complicándola. Pues recordemos no hemos venido a pasar desapercibidos por la vida a deleitarnos con los placeres mundanos. Hemos venido a trabajar nuestras imperfecciones y experimentar en directo todo aquello que hemos estudiado en los coros.
Algunos no lo conseguirán por completo. Otros en cambio, a su muerte, conseguirán aún más, pues han excedido con creces los objetivos de su reencarnación.
Pero sin lugar a duda, todos y cada uno, sumará experiencia y conocimiento de esa reencarnación. Y será fuente de nuevas misiones emprendedoras.
Sin embargo, el objetivo de ir acaparando problemas y retos en nuestra reencarnación, no es una carrera de fondo, a ver quién puede con más. Se trata de ir manejando prioridades y estrategia, para ir solventando en la medida de lo posible, y otras para ir sobrellevándolas.
Y el mejor director de orquesta es Dios, la mejor melodía Su Palabra.
Hay partituras que ensordecen la orquesta, acaparan el dolor y mellan el alma. La muerte de un hijo, la enfermedad letal, la guerra, la opresión… Y nada puede solventarlo, pues definen la vida de aquellos que lo sufren. Estos hay que dignificarlos en la medida de lo posible.
Por otra lado, hay pequeños acordes que van apareciendo en la vida de muchos, problemas económicos, de pareja, de trabajo… Parecen pequeños, pero desentonan y pueden desequilibrarnos.
Manejar prioridades
La primera habilidad que debemos adquirir es la de manejar prioridades. Debemos saber elegir en cada momento cuál debe ser nuestra prioridad.
A priori, todos diremos que sí, que sabemos perfectamente cuál es nuestra prioridad. Y es que nuestra educación, nuestra cultura, nuestras motivaciones pesan y con ello ahogan, en más de una ocasión, la voz del alma, la voz de nuestros guías.
Hacer caso a esa motivación exige no sólo valor, sino entrega, y a veces, no estamos dispuestos a hacer ese esfuerzo.
Hay muchos padres de familia, e incluso ahora mujeres ejecutivas, que priorizan el trabajo por encima de todo. Abandonan el amor, las familias y se desviven por un proyecto o unas ventas.
También hay mujeres, e incluso ahora hombres, dedicados en exclusivo a su familia. No trabajan, no tienen círculo social.
La lista de ejemplos sería infinita, para en conclusión advertir que simplemente hay un desequilibrio en sus vidas.
Y que, en definitiva, han optado por priorizar crónicamente un elemento de sus vidas para aclimatarse mejor a esta reencarnación, limitando así su progreso.
Hermanos, debemos cultivar el equilibrio de las cosas. Tenemos que aprender a saber priorizar qué debe ocupar la mente y qué acciones emprender en cada momento. Y para saberlo hay que aprenderlo.
La lección de la vida
Desde que se sufre y se pone todo el empeño para esforzarse en aquello que uno está realizando por sus hijos, por su familia, por enseñar, por ayudar, así es como se va comprendiendo todo lo bueno y significativo de la vida de la materia.
Y al volver al plano del espíritu, tras la muerte, de nuevo los hermanos superiores nos enseñan y nos preparan para la siguiente vida.
Cuando uno coge el buen camino y se esfuerza, no importa el tiempo, pues puede uno ascender muy deprisa, si uno pone el empeño.
Por eso os digo, hermanos, esforzaros y comprended porque todo en la vida es hermosura, si lo miramos con los ojos del bien.
Y si pensamos que Dios nos ha puesto en este camino para que comprendamos, para que ganemos experiencia, debemos sentirnos dignos de Dios.
Debemos de sentirnos orgullosos que Dios nos haya puesto en esta situación, en este plano. Y en vez de sentirnos preocupados, cansados, ideológicamente confusos y de mal humor, debemos de sentirnos todo lo contrario: con alegría y vivir la vida que nos ha tocado con valentía, con sentimiento.
Y desde el lugar que estemos, ver lo positivo de la vida y de todo aquello que nos rodea, sentirnos afanosamente con ellos, ayudándoles a cuanto fuese necesario, siendo agradables.
Si así lo hacemos, este Dios nuestro se alegrará de nosotros y nos premiará. Nos ayudará y nos lanzará su mano para que nos cojamos a ella.
Pero debemos de cogernos fuertemente y no soltarla nunca, pues si lo hacemos, el desequilibrio ideológico que eso estriba, podría perjudicarnos y en vez de avanzar hacia el camino de Dios, estemos, por el contrario, alejándonos de él.
Y todo aquello que en un principio pudimos avanzar, bien podemos perderlo ahora.
Por eso os digo, hermanos, valorad todo aquello que se os brinda. Marchad jubilosos hacia la sabiduría de Dios. Abrid vuestra capacidad ideológica, olvidaros del paganismo, del ateísmo.
Sed hombres de ciencia, sed positivamente armónicos con las cosas de Dios. Acogeros a la enseñanza divina y ganaréis la salvación de vuestra alma.
Y no olvidéis que él que más pierde o el que más gana, sois vosotros mismos, porque nadie, nadie podrá entrar en el reino de los cielos con otra alma o con otros méritos, que no sean los suyos propios.
Dadme a mí esclavitud en la tierra,
y por cada esclavitud que yo haga,
oh Padre, dadme alabanzas en el Cielo.
Jesús