La misericordia es la cualidad de aquellos que se compadecen de los pecadores y les perdonan con amor, ofreciéndoles su ayuda.
Es además un galardón de alta elevación que cuesta mucho ganar, pues es fácil perdonar y ayudar al pobre, pero resulta difícil perdonar a tu enemigo y además poner tu otra mejilla, ofreciéndole otra oportunidad.
El perdón de los pecados
Arrepentidos nos postramos ante Dios para suplicar por nuestros pecados. Y sí en verdad así lo hacemos, es la puerta de nuestra salvación. Es el inicio de la conversión hacia la bondad de las cosas y de la compresión de las cosas de Dios.
Si bien podemos confraternizarnos con nosotros mismos, deberíamos también compadecernos de aquellos que pecan contra nosotros. Sin embargo, cuando te duele a ti, cuando eres tú el dañado, no resulta tan fácil perdonar.
Unos dicen: te perdono, pero no lo olvido. La misericordia no sólo es perdonar, implica ayudar al prójimo y poner la otra mejilla. Porque si de verdad amas al prójimo como a ti mismo, obrarás con él de la misma forma que cuando tú pecas.
El amor al prójimo y a la Creación
¿Y cómo puedes perdonar y ayudar al prójimo como a ti mismo? ¿Cómo alcanzar la misericordia? Pues amando al prójimo y a la Creación como a ti mismo.
Sintiendo respeto y amor por las cosas que Dios ha creado, por la naturaleza que nos envuelve, los animales que nos acompañan, las personas que son nuestros hermanos. Aquí está la receta.
Para amar de verdad es necesario comprender. Comprender, escuchar. Y para comprender de verdad es necesario estar relacionado con las cosas de Dios. Porque esta vida es pasajera, porque la reencarnación es cruel y con el peso de la materia, el pensamiento se enturbia.
Es necesario elevar el pensamiento y comprender la verdad de la vida y de nuestra existencia para poder ayudar a los que nos rodean y a nosotros mismos.
Bienaventurados los misericordiosos
Aquellos que se conmueven porque el mundo agoniza por la continua contaminación. Los que sufren porque muchos siguen avivando su ira y vanidad abusando de los animales. Y que se afligen por la miseria de los pobres, por la falta de equidad en la tierra, por la injusticia de los hombres.
Estos han empezado a comprender, se están humanizando.
Sin embargo, para ganar el galardón de la misericordia, es necesario librarte de la vanidad y el orgullo. Porque para ayudar a tu enemigo, aquél que te quiere hacer daño, ya es otra cosa.
Pero si de nuevo comprendemos las cosas de Dios, y vemos que nuestro hermano ha atentado contra nosotros porque no sabe lo que hace, porque no entiende que quién se hace más daño es él mismo. Entonces nos compadeceremos de él e intentaremos por todos los medios, hacer que comprenda que ese no es el camino de Dios.
Una forma de lograrlo es hacerle ver que no está alcanzando su objetivo. Si lo que pretende nuestro enemigo es vernos caer, nosotros estando al lado de Dios, es imposible que caigamos. Nuestra fe nos dará la seguridad que necesitamos.
Otra forma de lograrlo es hacerle ver que obtendrá más triunfo haciendo el bien que el mal hacia nosotros. Ayudarlo cuando espera batalla, puede ser una buena estrategia de cambio y un ejemplo que puede seguir. Pues la satisfacción de ser ayudado por una buena persona que no espera nada a cambio, es el mejor regalo para un hermano necesitado.
Poner la otra mejilla
Es necesario generar confianza y darle una oportunidad de cambio a nuestro enemigo.
Cuando comprendes la verdad de las cosas, cuando comprendes la ideología y filosofía de Dios, comprendes que el daño que te hace tu enemigo no hiere de espíritu, sino tu orgullo. Si te acoges a la Palabra de Dios y en verdad te sientes humilde, verás que la afrenta se queda en cenizas. Y lo que antes te encendía de ira, ahora te produce tristeza.
Porque tu hermano, al que quieres y comprendes porque tú también has pasado por ello, no ve cómo su batalla por hacerte daño le está llevando al fango de la incomprensión , de la más tenebrosa oscuridad.
¿Cómo no poner la otra mejilla? Poner la otra mejilla es parte de esa misericordia. El corazón misericordioso se apiada de los necesitados. Y los más necesitados son aquellos que viven en la oscuridad. Son esos que no caminan hacia la luz porque ya no ven la luz. Están tan alejados del bien y las cosas de Dios, que ya ni la echan de menos.
Nosotros, aquellos que somos cebo y atracción para esos necesitados, podemos ser los que despertemos esa búsqueda de la luz.
Bien es cierto, que no podemos ayudar y si aquél al que nos dirigimos no quiere ser ayudado. El libre albedrío predomina ante todas las cosas. Pero estemos a disposición porque siempre hay esperanza.